Mi
abuelo José Álvarez Calle me contó hace muchos años que en el frente del Ebro
durante la guerra civil estuvo destinado en una posición cerca de Teruel que
defendían, entre otros, algunos guardias de asalto como él. Un capitán mandaba
aquel sector. Al parecer era un hombre concienciado políticamente –creo
recordar que procedía de la CNT- y fiel a la República entendida como régimen
legal y democráticamente constituido. Tenía fama entre las tropas de valiente.
El apodo por el que se le conocía era Pancho Villa. No sé la razón ni la sabré
jamás.
En
el bando opuesto, una bandera de la Legión se agarraba al terreno con el mismo
arrojo que sus oponentes.
Pasaban
los días deseando matarse unos a otros, incluso matándose de hecho, pero a
veces se insultaban o se hablaban de una trinchera a otra. En alguno de los
lugares de confrontación se dio el caso de que mediante estas conversaciones
preguntaban de donde eran originarios los de enfrente y así aparecían paisanos,
familiares e incluso hermanos, cada uno en un bando.
Un
día ocurrió que entre bromas, insultos y provocaciones salió el tema del valor
de los oficiales. Se dijo a voces que el capitán Pancho Villa era un “rajao” y
que no tenía el valor suficiente para enfrentarse cara a cara con el capitán legionario.
Se les iba calentando la boca y la polémica subió por el escalafón hasta llegar
a los mencionados jefes. La locura de la guerra, el estrés demencial, el
alcohol, la pésima alimentación y la horrible vida en las trincheras
desequilibran a cualquiera y se dio el caso de que ambos capitanes aceptaron el
desafío. Pactaron una zona desenfilada y neutral y se estableció un alto el
fuego momentáneo. Acudirían sólo los dos oficiales, armados y con los uniformes
reglamentarios y los distintivos de grado bien a la vista.
Al amanecer del día señalado se fueron solos
al sitio. El silencio en las trincheras era mayúsculo. Ni pájaros se escuchaban.
Al poco tiempo empezaron a oírse los “pac, pac, pac…” de los pistolones Astra del
9 Largo. Luego, silencio de nuevo. En ambos lados esperaban que saliese su jefe
victorioso del duelo. Pero cuando llegaron al lugar los camilleros como se
había acordado, encontraron los cuerpos de los contendientes que se habían
cosido a tiros mutuamente. Todos los impactos, según se supo, tenían los
orificios de entrada en el rostro y el pecho. Se habían matado uno a otro sin
temblarles el pulso y mirándose a los ojos.
-S.P.
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