Mientras más viejos nos hacemos, más conscientes
somos del envejecimiento. Apenas podemos recordar la inocencia y la exuberancia
de la niñez. Quedamos sorprendidos por la vitalidad juvenil y los rostros sin
marcas cuando vemos nuestras fotos de antes. Cuando miramos en el espejo,
reconocemos de mala gana la envejecida máscara. Parece que no hay escape a las
marcas de la vida.
Cada experiencia que tenemos, cada cosa que hacemos
y pensamos es registrada sobre nosotros tan indeleblemente como el firme
bordado de un artista del tatuaje. Pero en gran medida, el diseño y el dibujo
que surgirá depende de nosotros. Si vamos donde un artista del tatuaje, somos
nosotros los que seleccionamos el dibujo. En la vida, somos nosotros los que
seleccionamos en qué nos convertiremos mediante las acciones que realizamos. No
hay razón para ir por la vida irreflexivamente, para dejar que el accidente nos
forme. Sería como dejarse tatuar por un hombre ciego.
-Meditaciones taoístas
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