“En el tantra del camino, cultivamos una actitud de
riqueza y generosidad que ve la confusión y el dolor como fuentes de
inspiración y recursos de gran valor. Reconocemos además que somos personas
inteligentes y valientes que pueden asumir su soledad fundamental. Estamos
dispuestos a someternos a una especie de operación sin anestesia, a exponernos,
a desenmascararnos y abrirnos más y más y más. Estamos dispuestos a estar completamente
solos, aceptamos ser personas solitarias que renuncian a la compañía de su
propia sombra, del comentarista interior que nos persigue y observa las
veinticuatro horas del día, del observador. Si renunciamos al observador,
desaparece la razón de nuestra supervivencia, quedando sin motivos para seguir
adelante. Abandonamos la esperanza de sujetarnos a algo. Éste es un paso muy
grande hacia el verdadero ascetismo. Debemos renunciar tanto al que pregunta
como al que responde, renunciar al espíritu discursivo, el mecanismo de control
que nos dice si vamos bien o mal.
(…) El turista ocasional que viene a visitar
estas soledades tendrá una visión muy romántica de estas, pero nadie
quiere vivir realmente en medio de tanta desolación. No es nada entretenido, es
más bien terrible y aterrador.
Sin embargo es posible hacerse amigo de la
desolación y apreciar su belleza. Grandes sabios como Milarepa (maestro, poeta
y místico tibetano del siglo XII) mantienen un noviazgo con la desolación, se
casan con el desamparo, la soledad psicológica fundamental. No necesitan
diversiones físicas o distracciones. La soledad se convierte en compañera, en
consorte espiritual; es parte de su ser. Donde quiera que vayan, hagan lo que
hagan, están solos (…) Esa soledad es libertad, es libertad fundamental (…)
porque la soledad incita a la acción compasiva en todas las circunstancias de
la vida”.
- Chögyam Trungpa
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