Venidas de ningún sitio, regresan a ese otro ningún sitio
al que algún día llegaremos.
Cambiantes, movedizas, insolentes, no aceptan nada que
esté ensuciado por los hombres.
Nadie podrá hincar allí una bandera.
Nadie podrá usurpar su ingrávida deriva.
Pero ellas nos acogen por un instante, y sus formas
sediciosas componen una música que acaso nos devuelva todo lo perdido.
Entre sus copos se oculta un delfín que horada el vacío
con sus cabriolas.
El último resplandor de una tarde de oro que alumbró a
dos amantes, allí refulge, altanero.
La hierba que acarició un hombre que sabía que iba a
morir,
las risas de dos niños que jugaban junto al mar,
la manzana que alguien alcanzó a ver desde un tren,
la escarcha de una cerca, un pozo de agua, un río...
Todo eso está ahí, en esas formas indolentes que pasan y
se deshacen y vuelven a la vida.
Y allí, en una de esas formas sin forma, es feliz al fin
alguien que ha muerto.
-Eduardo Jordá
(Ralmador Azuj lo destapó)
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