Una mujer de hoy que proclame: “Mi cuerpo me pertenece”,
se hace ilusiones en la mayoría de los casos. No porque su cuerpo haya dejado
de pertenecerle a él –al macho opresor- le pertenece ya a ella forzosamente. Decir
“mi cuerpo me pertenece” supone que, a través de la toma de conciencia de ese
cuerpo, la mujer haya tomado posesión de él. Para que su cuerpo le pertenezca,
tiene que conocer sus deseos y sus posibilidades y atreverse a vivirlos. Únicamente
cuando una mujer se vive a sí misma (igual que un hombre, por lo demás) se
niega a ser vivida por otros.
Cuando una mujer de hoy se cree frígida, abandona a veces
al compañero al que juzga como causa de su insatisfacción y reclama lo que se
complace en llamar libertad sexual. Entonces busca, o bien a otros hombres más
sensibles o más imaginativos, o bien a otras mujeres, creyendo que, a través de
ellos, logrará descubrir su cuerpo, el verdadero.
A veces el cambio resulta eficaz. En efecto era el otro
el que le impedía revelarse a sí misma. Pero eso ocurre raramente. Lo normal es
que se encuentre, antes o después, frente al mismo problema. Sigue sin vivir su
vida porque sigue sin vivir su cuerpo. No ha elegido a sus nuevas parejas con
total libertad y en función de sus nuevos gustos. No sabe lo que le gusta; lo único
cierto es que no le gusta su cuerpo. Insatisfecha y sin saber donde se
encuentra la satisfacción, se cree “estrujada” pero no se da cuenta de que ella
es su propio verdugo.
Sólo cuando una persona se conoce profundamente y se
niega a ser “manipulada” descubre al otro y trata al fin de conocerlo.
-Thérèse Bertherat
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