Anoche tuve la suerte de poder verte con tu grupo en la
sala Cambayá de Antequera. Tan seria, tan concentrada desde antes de la actuación,
pasabas cerca de mí y no me atrevía a hablarte, pero cuando habló tu guitarra me
subiste al cielo. Qué profesionalidad, qué brillantez en tus riff y punteos,
creo que no detecté ni una nota rota en el conjuro musical con el que nos
pusiste en órbita a todos. Nunca había visto a la gente de esta pequeña sala
tan motivada, con esa familiaridad entre desconocidos que se crea cuando se
comparte un momento mágico. Todos girábamos en torno a ti, a tus ágiles dedos,
a los sonidos que le exigías a tus guitarras, dócilmente sometidas a tu
inspiración, a tu autoridad de zurda virtuosa y sublime. Aromas del Dios
Clapton, de Benson, del monarca albino Winter entre otros, se cruzaron en la
noche primaveral antequerana contigo como sacerdotisa suprema, poseedora del
secreto que pellizca el corazón de quien te oye, del milenario ritual de la
música interpretada con el alma que se refugia en la intimidad del alma de los
que escuchan.
Gracias por todo ello, querida y admirada SS.
Gracias por todo ello, querida y admirada SS.
-S. P.
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