lunes, 28 de diciembre de 2009

CUENTECILLO NAVIDEÑO


Con el trozo roto y rayado de lo que fue el cristal de unas gafas aproximado temblorosamente a uno de sus ojos, escribía trocitos de papel con las barbaridades más aberrantes que pudo ver en el campo de concentración donde estaba internado. Quería contar al mundo futuro lo que queda del corazón de un hombre cuando se le inocula la larva del fanatismo en el cerebro. Con los dedos ateridos por el frío y un pequeño trozo de lápiz escapado a los mil y un registros, lloraba en letra pequeñísima lo que se ve cuando el infierno abre la boca.

Nadie sabía del escondite entre las tablas del suelo del barracón donde guardaba su testimonio y no pudo hablarle a nadie de él aquel lunes de diciembre porque les mandaron formar a la carrera antes de amanecer y los llevaron, entre culatazos e insultos, hacia las frías cámaras donde terminaría su única vida.

En cuanto a su abandonado “tesoro” le sirvió a una familia de roedores a lo largo de algunos inviernos para construir sus nidos y madrigueras. Pero el pequeño lapicero sigue allí en el escondrijo y allí seguirá hasta que la especulación y el olvido borren las huellas de aquellas alimañas uniformadas que quisieron cambiar el mundo cabalgando sobre la muerte.


-S.P.



(Dedicado a los nuevos nazis del estado de Israel)

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5 comentarios:

Isolda Wagner dijo...

Triste y hermoso cuento, si no fuera porque la realidad le pasa rozando.
A esos nuevos nazis, ni agua, para tí muchos besos.

ludivina dijo...

el cuento es bueno, tirando a maravilloso!!! gracias por contarlo

La Langosta dijo...

Otro corto genial.
Esta vez en blanco y negro.
Espeluznante.
Tristísimo.

Muchos besos, S.P.

El jardinero dijo...

Mira que llevo años padeciendo dolor de alma por tanta crueldad entre humanos y aún no sé cómo hacerlo desaparecer (porque lo que es remedio no tiene). El único anestésico es escribir y no siempre funciona. También vuestros comentarios sirven, queridas mías. Gracias por ellos.

Anónimo dijo...

Salvador...
en una guerra nadie pensó. Sólo se armaban por si acaso, para que las ricas bestias tuvieran muros de acero alrededor de sus dineros.
Al ser humano nunca le han dado la razón...
un abrazo