miércoles, 12 de septiembre de 2007

REFLEXIÓN


Descubrimos el fuego. Inventamos la escritura. Soñamos con la música. Crecemos con el arte. Tratamos de perpetuarnos con la medicina. Como si fuera magia, asistimos, vemos, escuchamos y casi sentimos, hechos que suceden a miles de kilómetros de distancia, incluso en donde la humanidad pierde su nombre más allá de las estrellas. Respiramos matemáticas, física, química y miles de ciencias que, entremezcladas, diseñan millones de artilugios destinados a mejorar nuestras vidas. Levantamos catedrales, salas de concierto, autopistas, pirámides, enormes rascacielos desafiando a Newton... Escribimos tratados de filosofía tratando de averiguar el porqué de nuestro ser, de la felicidad, del amor, de la muerte; razonamos para encontrar en el pasado una respuesta a lo que seremos en el futuro...

Entonces, ¿por qué? Que alguien me explique cómo una humanidad tan evolucionada, tan racional, tan metódica y ordenada, puede estar en manos de un sistema económico tan irracional, salvaje, caprichoso, descontrolado; que si un norteamericano no paga su hipoteca, si sube el precio del petróleo, si fracasa un negocio de cacahuetes en Brasil, si un señor francés con nombre de rancio aristócrata en decadencia se levanta con mal pie y sube un cuartillo de punto, amarga la vida a millones de españoles que sólo quieren vivir con un poquito de felicidad; un 0,25% de felicidad, para ser exactos.

(Abstenerse en dar explicaciones los expertos agentes de Bolsa y economistas de cátedra que analizan los índices con la bola de cristal sobre la mesa al día siguiente de la crisis).



Roberto Santamaría Gómez - Logroño (Cartas al director, EL PAÍS)





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