viernes, 4 de agosto de 2017

ALTAR DE LA VIDA



  
Cuando yo era pequeña, en mi casa la vulva era la potola y no se gritaba en público. Siempre pensé que era una palabra privada, inventada por mis ancestras, traspasada amorosamente de madres a hijas. Pero no, mi madre me contó hace tiempo que se la copió a una vecina, porque el chichi de mi abuela le parecía vulgar. Desde entonces llevo un listado de las denominaciones genitales infantiles de mis amigas. Tengo más de 50. Los comunes pipi, tete y toto. El callejero parrús, y el cursi mariposita. Los autonómicos figa (en Valencia) y chochete en el Sur. El obsoleto pesetilla. Alguno más rebuscado como castañita, tortuguita... Pañuelito, ¿en serio? También rajita, chirla y huchita, para que la niña aprenda de dónde puede salir dinero, imagino.
(...)
Lo malo de los chichis, las maripositas, las potolas y las huchitas no es que infantilicen, sexualicen, sean machistas o simplemente un poco tontos. Creo que el problema de fondo es que muchas niñas crecimos sin una palabra compartida para hablar de nuestra vulva, sumando al pudor anatómico, el lingüístico. Quiero que mi niña pueda hablar de su vulva sin que la primera traba sea cómo referirse a ella para que la entiendan sus amigas, su médico, su novio o la señora de la playa. Ese es mi regalo. Y luego ya, cuando crezca y me odie, que la llame como le salga del coño.


-Patricia Gonzalves en EL PAÍS







En la imagen: Vulva tallada en Roc-aux-Sorciers, Paleolitico Superior, circa 14000 aC.


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