Cuando yo era pequeña, en mi casa la vulva era la
potola y no se gritaba en público. Siempre pensé que era una palabra privada,
inventada por mis ancestras, traspasada amorosamente de madres a hijas. Pero
no, mi madre me contó hace tiempo que se la copió a una vecina, porque el
chichi de mi abuela le parecía vulgar. Desde entonces llevo un listado de las
denominaciones genitales infantiles de mis amigas. Tengo más de 50. Los comunes
pipi, tete y toto. El callejero parrús, y el cursi mariposita. Los autonómicos
figa (en Valencia) y chochete en el Sur. El obsoleto pesetilla. Alguno más
rebuscado como castañita, tortuguita... Pañuelito, ¿en serio? También rajita,
chirla y huchita, para que la niña aprenda de dónde puede salir dinero,
imagino.
(...)
Lo malo de los chichis, las maripositas, las
potolas y las huchitas no es que infantilicen, sexualicen, sean machistas o
simplemente un poco tontos. Creo que el problema de fondo es que muchas niñas
crecimos sin una palabra compartida para hablar de nuestra vulva, sumando al
pudor anatómico, el lingüístico. Quiero que mi niña pueda hablar de su vulva
sin que la primera traba sea cómo referirse a ella para que la entiendan sus
amigas, su médico, su novio o la señora de la playa. Ese es mi regalo. Y luego
ya, cuando crezca y me odie, que la llame como le salga del coño.
-Patricia Gonzalves en EL PAÍS
En la imagen: Vulva tallada en Roc-aux-Sorciers, Paleolitico
Superior, circa 14000 aC.
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