martes, 3 de enero de 2017

ANATOMÍA DE UNA RATA




Nada podía hacer sospechar a Federico Trillo (en la foto) que la paz de sus paseos por Belgravia, el barrio de los muy ricos de Londres, iba a verse interrumpida por los fantasmas de los 62 militares del Yak 42, a los que no es fácil ahuyentar por mucha misa diaria que uno se trague en el Bromton Oratory o en la mismísima catedral de Westminster como acostumbra nuestro supernumerario embajador. Y es que era difícil prever que desde el cementerio de elefantes que es el Consejo de Estado surgiera un informe que denunciara 13 años después lo que era una evidencia antigua: que estuvo en manos del Ministerio de Defensa evitar sus muertes y el calvario de unas familias con las que nunca se hizo justicia.

Tras el accidente de Trebzon, cualquiera en su lugar habría dimitido y, tras pedir perdón, hubiera permanecido escondido bajo las piedras el resto de sus días. Pero Trillo no era cualquiera. A la ineptitud de permitir que los militares españoles viajaran en un ataúd con alas sumó después la indignidad de permitir un macabro reparto de sus restos a la carta más alta y más tarde la cobardía de descargar en varios mandos militares su propia responsabilidad. Si la conciencia le ha permitido proseguir adelante con sus enjuagues y hasta pasar por diplomático es porque, sencillamente, carece de ella.

A Trillo había que recompensarle con un exilio dorado. Y tras descartarse la embajada en Washington, Margallo, que prometió que se había acabado aquello de mandar a los amigos al extranjero y que las legaciones serían ocupadas por diplomáticos de carrera o excepcionalmente por “personas extraordinarias”, le concedió la de Londres. Manda huevos.

Desde entonces, el extraordinario Federico ha vivido como un marajá, sobre todo desde que pudo contratar a un mayordomo que repartiera el Ferrero Rocher en las recepciones. Para que la felicidad fuera completa, sólo le faltó colocar a su niña como responsable de Turismo de la propia embajada tal y como pretendía, pero la vida a veces es cruel y tiene esos contratiempos.

Sin siquiera presentirlo, a la vuelta de la esquina se ha topado con un pasado que es más difícil de enterrar que unos restos calcinados repartidos entre decenas de ataúdes, cerrados bajo siete llaves para que los familiares de los difuntos no pudieran percatarse de que rezaban a otros muertos. Vuelve inopinadamente y de nada sirve comprar silencios con esa caja B del partido, que tan bien conoce Trillo porque de ella salían sus sobresueldos, y que sirvió para pagar la defensa de los militares procesados por el accidente del Yak.




-Juan Carlos Escudier en PÚBLICO









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