Cada día fraguo con dureza mi cuerpo
e incorporo brillantes hebras de consciencia.
Apilando fruta madura y fragantes flores,
encendiendo velas rojas e incienso,
ofrezco té, arroz y vino,
corazón y huesos.
Mi alma es altar y yunque, el sol y la luna el
carbón,
la disciplina el martillo, los pulmones el fuelle.
Como brea hirviente, la soledad me endurece.
Y al final del camino, compasiva y acogedora,
la eterna luz negra de la muerte.
-MT y SP
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