viernes, 20 de mayo de 2016

PERO QUÉ BUENO...




“En una relación de intimidad, uno no tiene que esconderse, ni jugar a las máscaras, sino que puede mostrarse ante el otro tal como es, sabiendo que va a ser acogido en su ser más profundo, en su esencia. En la intimidad, la protección del falso self no es necesaria porque sabemos que la otra persona conoce nuestro sí mismo verdadero, lo acepta, no necesita que cambie, y, desde ahí, es posible descansar pues dejan de ser necesarias las estrategias para complacer y gustar.

La experiencia de la intimidad tiene que ver de alguna manera, con la aceptación incondicional y de ahí deriva su poder. Es difícil acercarse a ella cuando uno siente vergüenza de ser y está profundamente convencido de que el amor no es para él, que no es una persona digna de ser amada. En esta situación, que proviene de una situación infantil de rechazo, la intimidad es un riesgo que no siempre se puede afrontar. 
También lo es cuando la experiencia de intimidad ha quedado asociada a un dolor profundo, como ocurre en situaciones en las que ha habido un abandono por muerte o abandono de la relación. Entonces, si la persona decide no volver a sufrir ese dolor, tratará de evitar la intimidad, como si con ello pudiera evitar el dolor del amor o de la pérdida. (…)

Y sin embargo, se anhela esa intimidad de la que uno se protege. Esta es una de las contradicciones con la que nos enfrentamos los humanos. Deseamos amar, necesitamos entregarnos, liberarnos de la falsedad que nos defiende y, al mismo tiempo, tememos profundamente el dolor que puede derivar de la frustración de la entrega no correspondida”.



-Carmen Durán / “Amor y dolor en la pareja” Ed. Kairos   






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