Se acercó un seguidor de Krishnamurti a hacerle
reverencias y postraciones y el gran maestro se sublevó aseverando que él era
un igual y no había por qué mostrarle estas pleitesías. El buen Krishnamurti ya
estaba empachado y escarmentado de las celadas de tales tratamientos. Luego
llegó un seguidor de la santa Anandamayee Ma (en la foto) a mostrarle su devoción y le dejó
hacer. El discípulo, después de manifestar todas sus deferencias, se fue. Como
Krishnamurti se había quedado escamado, Anandamayee Ma aclaró: “He querido
respetar los sentimientos de esa persona”.
-Joaquin G. Weil
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