Tiene que ser terrible vivir tantos años siendo víctima
de sí mismo y de un afán recaudatorio compulsivo e incoercible con el objetivo
de mantener un patrimonio inmenso e ilegalmente adquirido. Tener que estar
siempre recurriendo a diferentes paraísos fiscales y sus respectivos bancos
para mantener una cantidad tan enorme de dinero del que no se puede disfrutar,
ya que está a buen recaudo y muy lejos. Y que aunque se pudiera acceder a él,
en qué se gasta sin que te descubran y además no da tiempo, hay un nivel de
bienestar máximo que ya no se puede sobrepasar.
Siempre con la paranoia de si te descubrirán. Teniendo
que salir al balcón de la Generalitat, haciéndose la víctima, envolviéndose en
la bandera de la patria echando la culpa a los “otros” y engañando a unos
incautos que le ven como “uno de los nuestros” y con eso basta. Tener que salir
en televisión mintiendo, lleno de contradicciones entre un discurso falso y un
“yo” atacando desde dentro que susurra, “mientes, di la verdad”, menudo trago.
Y haber tenido que conducir a sus hijos con su ejemplo a seguir el mismo
camino. Y elaborar una explicación que no explica nada y que parece más
encaminada a ocultar lo gordo que a justificar lo flaco. Que hasta el último
momento pretendas dar gato por liebre a todo el mundo.
¿Cabe mayor impostura? ¿Quedar en esa evidencia al final
de tu vida? ¿Realmente ha merecido la pena?
-Enrique Sánchez Iglesias en EL PAÍS
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