sábado, 3 de agosto de 2013

AY, LOS HIJOS...


“Los hijos, por su parte, servían para trasmitir una condición, unas reglas y un patrimonio. Esto era así, claro, en las clases feudales, pero también entre los comerciantes, los campesinos, los artesanos; de hecho, en todas las clases sociales. Ahora nada de eso existe: soy un empleado, vivo en régimen de alquiler, no tengo nada que dejarle a mi hijo. No tengo un oficio que enseñarle, no tengo ni idea de lo que hará en la vida; de todos modos, las reglas que yo conozco no valdrán para él, vivirá en otro universo (...). Así vivimos, y actualmente tener un hijo ya no tiene sentido para un hombre. El caso de las mujeres es diferente porque siguen necesitando alguien a quien amar; cosa que nunca ha sido y nunca será el de los hombres. Es falso pretender que los hombres también necesitan cuidar a un bebé, jugar con sus hijos, hacerles mimos. Por mucho que lo repitan desde hace años, sigue siendo falso. En cuanto un hombre se divorcia, tan pronto como se rompe el entorno familiar, las relaciones con los hijos pierden todo su sentido. El hijo es la trampa que se cierra, el enemigo al que hay que seguir manteniendo y que nos va a sobrevivir”.




-M. Houellebecq, op. cit.



(En la imagen "Reposo en la tarde" de Gustave Leonard de Jonghe)

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