En la antigüedad había más aspirantes a la santidad. Esos
hombres y mujeres se cultivaban a sí mismos en las montañas o deambulaban entre
bosques y arroyos. Cuando llegaban a un pueblo y veían que había algún
conocimiento que podía serle impartido a la gente, lo hacían abiertamente. Una
vez enseñado lo que era necesario, desaparecían, sabiendo que otros les
seguirían después. No establecían escuelas de religión, templos o filosofías
que llevaran sus nombres. Sabían que el conocimiento no le pertenecía a nadie.
No podía ser poseído, repartido para obtener ganancias, o retenido egoístamente.
Hoy en día mucha gente considera el conocimiento como un
mero producto para ser empaquetado, comercializado y vendido. Su interés no
está en beneficiar las almas de otros sino en sus propias billeteras. Por
ejemplo, un maestro contemporáneo exige mil onzas de oro antes de enseñar una
sola técnica. Vivimos en un mundo donde el compartir el conocimiento
desinteresadamente ya no es una virtud al alcance de cualquiera.
Mientras más conocimiento regales, más vendrá hacia ti.
Mientras más escondas, menos acumularás. Se compasivo con otros. ¿Qué tendrías
que temer por ser abierto?
(Fotografía de Manuela Marquez)
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