“Tal vez la madurez consista en asumir que el mundo
no necesita escuchar nuestros pensamientos crudos ni nuestros exabruptos en
bruto y sí en quitar importancia a las minucias que nos irritan en el prójimo.
El constante espionaje de las faltas propias o ajenas —escribió Erasmo de
Rotterdam— destruiría la convivencia. La realidad está tejida de errores y
desaciertos, por eso conviene cierto desenfado para comprender las debilidades
de los demás. Así construimos la relativa unión y concordia que nos permiten
vivir juntos. En una época de intransigencias y divisiones, Erasmo defendió la
indulgencia y la risa que nos consuelan de tanta cordura.
Para ser sinceros, debemos admitir que todos
fingimos. En latín la palabra “persona” nombraba la máscara del actor. Quién no
interpreta un papel, en mayor o menor medida, aunque sea para parecerse a quien
desearía ser. La personalidad tiene algo de teatro, como revela la etimología,
y la amabilidad es hasta cierto punto impostura. El amor y la familia son
melodramas donde nos tragamos las palabras para salvar los lazos y los afectos.
La maternidad exige un gran despliegue de actuación: con sueño, con agotamiento
y preocupaciones propias, chapoteando entre llantos, fiebre y canciones
infantiles en bucle, sostenemos la ficción tranquilizadora de saber derrotar el
caos. Cuidar una amistad herida supone no arrojar nuestra fría opinión, sino
ofrecer apoyo, calor y alivio. En la vida pública colaborar implica transigir:
cuando un político presume de autenticidad suele estar al borde —muy borde— de
lanzar andanadas de insultos”.
-Irene Vallejo
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