viernes, 22 de febrero de 2019

UNA CAVIDAD HOLANDESA



  Hoy se cumplen tres años que la noche entró en mi corazón. Y ahí sigue. Es la densa oscuridad que dejó tras de sí aquella mujer escultural, experimentada y tóxica que lo habitó.

Hace poco me sorprendí a mí mismo acariciando los pálidos rastros de las fogosas tormentas sexuales que sazonaban nuestra relación. Rastros ya desvaídos, impresos y fríos en la superficie de mi colchón, algo más que un testigo de aquellos asaltos apasionados al altar profano del deseo. Reconozco la puerilidad del gesto, pero sírvame de disculpa la búsqueda de cierto alivio, un anestésico para el recuerdo aún doloroso de los momentos que propiciaron los ardorosos vertidos.

Todo quedó en la intención. Era imposible mitigar el tormento latente de la añeja herida sentimental. Ásperamente, como un alimento que se niega a ser digerido, la realidad me devolvió la certeza de lo inútil de esta liturgia. Aquella imponente mujer era ya otro recuerdo refugiado tras el vidrio infranqueable y borroso de mi memoria.
Ahora me veo en la necesidad de elegir -como decía la poetisa herida- entre su recuerdo / y el recuerdo del dolor que me causó.

Feliz cumpleaños soledad.



S.P.




 (Dibujo de Pawel-heluszka)

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