En mi casa,
la familia estaba muy atareada con los preparativos de la cena de fin de año.
Había invitados de fuera y el ambiente era bullicioso e inusual. Estando en
mi despacho corrigiendo los últimos trabajos de mis alumnos caí en la cuenta de
que había olvidado una carpeta importante en la gran sala del gimnasio del
instituto donde imparto clases. Este se hallaba en las afueras de la pequeña
población en la que vivía. Decidí coger el coche e ir y volver rápidamente
antes de la cena.
Era un
pueblo tranquilo y nada conflictivo, por lo que las instalaciones no tenían
guarda. Además, el frío reinante debido a la reciente nevada era ya de por sí
suficiente motivo para que la soledad más absoluta saturase todos los locales
donde de ordinario los estudiantes se movían en despreocupadas mareas.
Al abrir el
gélido recinto di las luces que se encendieron con el blanco enfado del neón
vibrando de fondo. Recogí lo olvidado y me dispuse a salir atravesando el
pabellón de pavimento plastificado. En dirección contraria a mí veo un pequeño ser
en el suelo, parecía una desconcertada y renqueante abeja cruzando la sala a
trompicones con demenciada obstinación. ¿Dónde pensará que va…? me pregunté.
¿Estará en esa dirección su panal, su hogar, el lugar del que procede y al que
ha dedicado su pequeña y anónima vida? No le di más vueltas y me dirigí hacia
la salida. Antes de apagar las luces, cerrar y volver a casa en mi coche, que había dejado con el motor ronroneando y la calefacción puesta esperándome fuera, miré desde lejos el pequeño animal que empleaba lo
que parecían sus últimas fuerzas intentando volver al único refugio que había conocido
y donde nadie le echaría en falta.
Con el seco chasquido del interruptor de la luz, la oscuridad y el intenso frío
reinante acompañarían al descalabrado insecto en su errática y ciega travesía
mientras el mundo entero celebraba la llegada del nuevo año en un bullicioso y
despreocupado jolgorio.
-S.P.
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