lunes, 14 de enero de 2013

BANQUEROS CON B DE BASURA



De todas las prácticas vergonzosas realizadas por la banca en España en los últimos años, posiblemente la venta de preferentes sea la más asquerosa. Asquerosa es una palabra que se puede escribir en un periódico sin que parezca ordinario el texto. En su tercera acepción, es quizás la mejor definición de lo ocurrido. Asqueroso, dice la RAE, es algo que causa repulsión moral. No creo que exista un calificativo mejor para censurar una práctica que llevó a las entidades bancarias a vender productos de alto riesgo y que exigían un gran conocimiento financiero a personas que estamparon su firma con una huella dactilar porque no sabían ni leer ni escribir.
La política comercial de los bancos y las cajas de ahorro para extender al máximo posible la venta de productos de alto riesgo entre pequeños ahorradores sin conocimiento alguno de los mercados financieros quedará en los anales de la historia como uno de los fraudes consentidos más vergonzosos de la historia crediticia de España. El engaño fue gestionado abusando de la confianza de los clientes en su caja de toda la vida y partió de la avaricia de unas entidades que intentaban maquillar sus cuentas de resultados con consecuencias dramáticas para los ahorradores. Las preferentes firmadas con el dedo engordaron las indemnizaciones millonarias de los consejeros de las entidades que han tenido que ser salvadas luego con ayudas públicas.
En todo resumen del año 2012 debería figurar el engaño masivo de las preferentes en letras mayúsculas. Justo al lado de los desahucios, la otra gran respuesta de las entidades bancarias a la crisis económica que ellos mismos provocaron y que tanto dinero público está consumiendo.
La huella digital en un documento bancario es el signo inequívoco de que el firmante es una persona que no sabe leer ni escribir. Cualquier engaño en ese folio es también un increíble crimen a la decencia, a la honestidad y a unos mínimos valores. Por eso, la mayoría de los contratos de las preferentes están manchados, de las mismas lágrimas que se le caían de los ojos a esa señora que con 60 años iba a la escuela para poder garabatear su nombre.



-José Luís Atencia en este blog 





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