“Cuando nació su hija
mayor, mi abuela cortó su adorado y único abrigo color vino con el cuello de
piel para hacerle un vestido de Navidad a la recién nacida.
Lo que hizo mi abuela
con su maravilloso abrigo (lo más bonito que tuvo en la vida) es lo que todas
las mujeres de su generación (y las anteriores) hacían por su familia, marido e
hijos. Troceaban lo mejor y más digno de sí mismas y lo regalaban. Rehacían todo
lo suyo para adaptarlo a los demás. Se quedaban sin nada. Eran las últimas en
cenar y las primeras en madrugar para encender el fuego y pasarse un día más
cuidando de todos los suyos.
Sólo sabían hacer eso. Su verbo fundamental y el
gran principio de su vida era sólo uno: dar”.
-Elizabeth Gilbert (en la imagen)
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