jueves, 20 de septiembre de 2018

LA ÚLTIMA PAREJA




Mi nombre es S. Soy un soltero huraño y sesentón. Hace dos años y medio, la que por entonces era mi pareja decidió que yo no tenía nada más que darle. Para mitigar el incipiente duelo solía pasear con mi perro por caminos y senderos cercanos al pueblo en el que vivo. En la parte más próxima a la sierra, junto a la ruta que lleva a los manantiales, un pino de unos tres metros de alto nos regalaba su sombra en verano y su vitalidad verde todo el año. Enclavado justamente a su lado, un viejo madero soportaba un cable de la luz desde hacía tiempo.

Un día, el dueño de la finca perpetró una poda salvaje al joven pino con la intención de facilitar la labor de los operarios de la empresa de energía eléctrica, para sustituir el antiguo poste por uno de cemento. El árbol pegó un bajón tremendo. Parecía no ser capaz de superarlo. Yo tenía talado el corazón por el abandono y él tenía su cuerpo elegante y fibroso casi vencido por la inmisericorde mano del hombre.

Han pasado unos tres años de todo eso y yo seguía sin encontrar la manera de digerir los hechos que me dejaron uncido a la ley escueta de la soledad. Pero esta primavera, al pasar junto al pino, me di cuenta de lo mucho que había crecido y de que, superando en altura al poste nuevo que lo violentó en su momento, había comenzado a abrazarlo. No sólo había remontado la crisis y ahora ofrecía a los caminantes una más grande y tupida sombra, sino que había empezado a envolver delicadamente con sus olorosas ramas al trozo de cemento muerto que implantaron a su lado. Un prodigio de amor natural. O al menos así lo quise ver. Fruto de esta pequeña iluminación, tomé conciencia de lo afortunado que fui al haber sido objeto del amor de una mujer tan inteligente, cariñosa y pasional durante un tiempo limitado e inigualable.

Voy a entrando con desgana en mi vejez. De manera inexorable, cada vez soy más trasparente para las mujeres. Una pequeña historia de origen griego habla del poeta Euforión, que al no poder volar se conformaba con dar saltos. Muy posiblemente en mi caso, o mejor dicho en mi ocaso, no tendré el gozo embriagante de volar con otro amor, pero debo aprender a endulzar la nevada de los años con el recuerdo de unas aventuras intensamente eróticas y emocionales vividas con mi última pareja. Cuando comprendí esto, abracé con total sinceridad desde mi corazón a mi ex compañera, y así permaneceré hasta que el tiempo me disuelva.



-Salvador P.






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4 comentarios:

Anónimo dijo...

Qué bonito!

Un abrazo mi Salva 😚😚

El jardinero dijo...

Otro para ti, mi preciosa y fugaz amante.




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Anónimo dijo...

La vida fluye...revive...vívela

El jardinero dijo...


Gracias.



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